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experimento en blanco




Una música eterna que hace historia

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Rafael Marfil Carmona

Cuando Charlie Parker murió, el lema “Bird live” apareció en algunos muros de las grandes ciudades norteamericanas. Medio siglo después comprendimos que la música nacida en aquellos años no necesitaría ninguna ayuda para convertirse en un valor eterno. El saxofonista Joshua Redman ha cerrado el Festival de Jazz en la Costa 2007 con una sesión magistral de jazz, un concierto de manual que respeta aquella esencia que algunos temían perdida para siempre. La música improvisada tiene vida propia, y su estado natural es el concierto en vivo.

Pasaron décadas, y comenzaron a quedar pocas estrellas de aquella época dorada. Hace veinte años las personas aficionadas al jazz estaban al límite de la moda tolerada. Mientras Miles Davis parecía renegar de sí mismo con aquella fase electrónica, la primitiva posmodernidad adoraba el rock de estética vamp y a otros clásicos sinfónicos del momento. Sólo estaba permitida la guitarra eléctrica y hasta los cantautores se estaban convirtiendo en un vestigio de otra época. Personalmente, y con la perspectiva del tiempo, me parece un milagro que la esencia del jazz esté hoy más viva que nunca.

Vivir de éxito
Mientras los grandes músicos continúan el circuito que les lleva a festivales como el de San Sebastián, la mayor parte de los eventos jazzísticos están acostumbrados a colgar el cartel de “no hay billetes”. En aquellos finales de los años ochenta hubiéramos firmado este rotundo éxito. En Almuñécar, una vez más, se ha cerrado un programa compensado, que ha tenido momentos más funkys y modernos, encontrando el necesario contrapeso en una joven y romántica vocalista o el sonido de dos viejas glorias en directo. El inicio respondía a un festival de calidad. El tono medio ha sido bueno y el final verdaderamente sobresaliente. La Diputación Provincial y colaboradores como el Ayuntamiento de Almuñécar, Cervezas Alhambra y Caja Rural pueden darse por satisfechos. La excelente difusión mediática y la buena acogida de público son un aval para esta inversión en cultura. Si alguien nos hubiera explicado cómo los visitantes extranjeros iban a ocupar las butacas de El Majuelo, y de qué forma se irían incorporando nuevas generaciones a este género musical, no hubiéramos dado crédito. El jazz sigue siendo una música eterna, y los dos festivales de Granada, día a día, van haciendo historia.

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Un joven maestro del jazz

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The Joshua Redman Trio
Sábado, 21 de julio.
Parque El Majuelo. Almuñécar
Joshua Redman: saxo tenor y soprano; Antonio Sánchez: batería; Reuben Rogers: contrabajo.

Rafael Marfil Carmona

Última sesión del Festival. Dentro de muchos años, las personas que llenaban el patio de butacas de El Majuelo podrán decir que estuvieron allí, escuchando a un Joshua Redman en estado de gracia. Su perfección técnica y expresiva en el último concierto del Jazz en la Costa 2007 fue tal, que a ningún buen aficionado le hubiera molestado que se prolongara durante algunas horas más. Lástima que, en ese sentido, las costumbres sean un poco más frías que antaño, y los eventos jazzísticos tengan principio y fin. Son esquemas demasiado encorsetados para esta música, y los artistas no suelen hacer más de un bis. Posiblemente todo esté en manos del propio público, que se ha vuelto tímido y demasiado respetuoso.

Joshua Redman, que estuvo magistralmente acompañado por Antonio Sánchez a la batería y Reuben Rogers en el contrabajo, se mantiene en el nivel que le situó en el olimpo de los saxofonistas hace unos años. Continúa esforzándose por crear belleza en cada compás, y esa es su receta mágica. Arte y mercado caminan juntos, y es importante la imagen sincera que caracteriza a este músico, con su apariencia de recién titulado en Harvard. Lo es realmente, y también es hijo del reconocido saxofonista Dewey Redman. Si Bill Evans saxofonista era comparado por un crítico con el Beckham del saxofón, la inteligente manera de hacer las cosas por parte de Redman lo ha convertido en el Zidane del Jazz. Muchos factores han confluido en la formación de un joven de su tiempo, respetuoso con las referencias históricas en su instrumento, como Sonny Rolling o John Coltrane. Quizá una de las claves de su sonido sea pertenecer a una generación que no se ha obsesionado con imitar a Charlie Parker.

Tocar con sustancia
Insisto en la importancia de la melodía, que sigue siendo una de las claves. El propio saxofonista lo ha reconocido públicamente. Los desarrollos de Redman no son una excusa para encontrar oscuros túneles que unan el tema principal, sino que responden al placer de trabajar con la belleza en cada compás. No hay discurso vacío en ningún momento. Junto a esa búsqueda narrativa, la base tiene que ser el dominio técnico, que resulta impecable. Es elegante en el uso de armónicos y efectos tímbricos, que no son un simple alarde y cobran sentido en el contexto de su interpretación.

No contaban con piano, por lo que tiene más mérito aún mantener el tono armónico sin entrar en estridencias demasiado barrocas. En ese trabajo, hay que destacar la calidad del contrabajista Reuben Rogers y el batería Antonio Sánchez. Magos en el juego con el tiempo y el silencio. Demostraron que un tratamiento rítmico acertado es ya medio camino para una armonía perfecta. La conjunción y calidad de los tres sonidos hizo el resto. El repertorio estuvo fundamentalmente basado en su último disco, Black East, título de un tema que brilló especialmente, junto a la profundidad de Wagon Wheels, interpretado con el soprano mientas algún indocumentado daba voces desde el Castillo de San Miguel.

Finalizan así unos días que han tenido al saxofón como protagonista, y que no han podido encontrar mejor embajador de este instrumento para el cierre. Una creativa recreación de Mack the knife nos recordaron, para finalizar, que la sencillez y claridad son virtudes del sabio. Larga vida a esta música y al Festival de la Costa.

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Lord Byron pone en pie al público del Majuelo

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Don Byron
Viernes, 20 de julio.
Parque El Majuelo. Almuñécar.
Don Byron: saxo tenor, soprano y clarinete; Dean Bowman: voz; George Colligan: Hammon B3; David Gilmore: guitarra; Brad Jones: bajo eléctrico; Rodney Holmes: batería.

Rafael Marfil Carmona

Festival de saxo 2007. Costa Tropical. Otra sesión de música mestiza. El siglo XXI lleva mal la exigencia de pureza y pedigrí en el jazz. Son los tiempos. Por alusiones en el cartel, los últimos días del certamen han convertido El Majuelo en lugar de peregrinación para los saxofonistas locales. Don Byron, que fue una joven promesa pero ya es un señor, ha venido a Almuñécar con buenas dosis de salero, modernidad y buen gusto. Hizo bailar incluso a una parte del público, con activa participación del elemento anglosajón. En el graderío, Antonio. Como se ha dicho de toda la vida, es un músico de carrera. Estudió el alto en el Conservatorio. Toca el tenor en varias formaciones jazzísticas y bluseras de la capital. Una vez le pasé información privilegiada a través de un buen amigo. Un luthier de la ciudad tenía un Marc VI, el famoso modelo descatalogado de Selmer que utilizaba John Coltrane. Lo compró y no lo va a soltar nunca. Su capacidad y vocación merecían esa herramienta.

Del clarinete al saxo
Don Byron es un músico que sabe recoger lo mejor de cada fuente. De África, del jazz fusión de toda la vida o de la música negra de Nueva York, ciudad en la que se ha criado y es paraíso de saxofonistas. Como Antonio es joven, no ha perdido el interés por aprender escuchando a los grandes. Byron es clarinetista de toda la vida, y para los saxofonistas vocacionales duele comprobar que con él se hace cierto el dicho popular que otorga al clarinete el reinado de los instrumentos de caña. Se suele decir que sabiendo tocarlo es fácil adaptarse al saxo. Una cuestión que no sucede a la inversa. El clarinete tiene un registro más amplio y más digitaciones. Por suerte, décadas de esfuerzo han otorgado independencia y dignidad al saxofón como instrumento para todas las músicas.

Antonio está viniendo todos los días. Cómo no escuchar a Johnny Griffin, una de las glorias vivas que le entusiasmó hace varios años, cuando apenas tenía clara la teoría sobre cómo construir un solo de jazz. Tampoco se ha perdido a Byron, ni va a estar ausente en el cierre del Festival con el venerado Joshua Redman. Esta música se estudia, nadie debe llegarse a engaño ni pensar que se aprende en la calle. Desde el Conservatorio Victoria Eugenia de Granada reclaman la nueva especialidad de jazz. Un género es un universo formativo. En Don Byron se nota y se agradece la técnica y el control. Hace lo que quiere hacer. Contagia serenidad al auditorio para disfrutar. Comenzó jugando a repetir el claxon de un veraneante.

Música para aprender
Byron ha traído a Almuñécar un magnífico sonido en su nuevo instrumento. Lo acompañaba en la voz el espectacular Dean Bowman, que es un verdadero animador. Su timbre es la autenticidad de la madre África. Sus recursos, infinitos, van desde imitar armónicos y vibratos hasta hacer una particular percusión en su cuello. Valía la pena escucharlo, aunque su scat es más brillante en los efectos que en las ideas. El Hammond B3 de George Colligan, al que la afición ya conocía como pianista, emociona sólo con un sencillo acorde. Y además del acompañamiento, el responsable de este bello sonido supo volar sobre su teclado. Junto a una gran corrección de la sección rítmica, el guitarrista David Gilmore brilló también en la penúltima noche del festival. Su sonido, para no variar de la tónica habitual en estos días, es también rockero.

Antonio lo escucha todo atentamente. Sabe que es un acierto estar allí esa noche. Los patrones de blues y funky que Byron desarrolla son más asequibles para captar ideas. Esquemas de trabajo. En la música de Don Byron no hay una gran complejidad de partida. Sobre sencillos acordes de blues, su saxo tenor juega, modula y desarrolla hasta el infinito. Una ejecución impecable, magistral y cargada de enseñanza.

Grandes momentos, bellas melodías, interesantes improvisaciones, aunque Antonio reconoce que no es jazz puro. Siempre soñamos con ese momento inolvidable de bop, de autenticidad que no llega. Los tiempos, sin embargo, están más por lo híbrido, por el mestizaje. La prueba es una despedida con James Brown. Hay que extraer de cada noche algunas ideas musicales. Depurar el mensaje. Hace décadas llegaba ese contenido en estado puro, y eran peligrosas las sobredosis de buen jazz. Ahora, como decía el poeta, los tiempos están cambiando. Mientras tanto, sigo viendo muy útiles historias como la de Antonio para comprender la música. El comentarista musical debe instalarse en la pedagogía, no en la pedantería.

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Homenaje a sí mismos

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Benny Golson & Johnny Griffin Quintet
Jueves, 19 de julio.
Parque El Majuelo. Almuñécar.
Benny Golson y Johnny Griffin: saxos; Kirk Lightsey; piano; Reggie Johnson: bajo; Alvin Queen: batería.

Rafael Marfil Carmona

Golson & Griffin. Escrito así suena a una asesora financiera multinacional, pero estos apellidos han representado en el Festival de la Costa la esencia e historia del jazz en estado puro. Aunque el programa advertía sobre un homenaje a Coltrane, los veteranos saxofonistas Benny Golson y Johnny Griffin hicieron más bien un repaso por lo mejor de sí mismos y de la época dorada del jazz. Por su experiencia, tienen el derecho y el deber de hacerlo.

Benny Golson & Johnny GriffinLos estándar interpretados son un punto de encuentro para la afición. Es la música con la que se aprende a amar el jazz, aunque los tiempos nos lleven después hacia tendencias más free, cool o funk. Hay un anglicismo para cada estilo. Pienso que no puede faltar una cita así en cada certamen. Hay que recordar de donde venimos para comprender mejor nuestro presente musical. La sección rítmica la conformaban el acertado bajista Reggie Johnson y el batería Alvin Queen, quizá el más cercano en su actitud al espíritu de Coltrane. O será que algo de su enérgico golpeo quiso recordarme a Elvin Jones por un instante. Lo más completo, musicalmente hablando, lo aportó Kirk Lightsey en su piano. Concentrado y con una actitud participativa en todos los sentidos, mantuvo el nivel más constante de improvisación y creatividad de la noche. Con gran cariño y respeto hacia los dos grandes saxofonistas, cumplió su función de manera sobresaliente.

Lección de sabiduría
Los dos grandes maestros del saxo tenor no disimularon que ya les falta algo de resuello. Paradójicamente eran lo contrario a John Coltrane, caracterizado por aquella mística e inagotable fuerza. El tiempo les ha dado tablas y seguridad para jugar entre ellos, marcarse un agarrado con el pianista, hacer bromas y mirar a los ojos a las primeras filas. En ocasiones olvidamos que, detrás de cada músico de jazz, hay un ser humano. Sólo ese valor de autenticidad es el culpable de momentos mágicos, como la interpretación de la universal balada These Foolish Things por parte de Johnny Griffin. El pequeño gran maestro del jazz aportó su entusiasmo y un sonido más brillante durante toda la noche. Lo ha hecho todo y ha tocado con los mejores, desde Lionel Hampton a Art Blakey. Como ya es sabio, se mostró capaz de reemplazar la rapidez de otros tiempos por aplomo y dominio de la situación. Algo que en jazz es mucho. Golson, por su parte, aportó su particular elegancia y capacidad para comunicar, con algunos momentos de sonido Coleman Hawkins. Dos timbres diferentes, que lucharon inicialmente con algunos problemas de sonorización. Hubo tiempo también para recordar a Clifford Brown (I remember Clifford) e ir finalizando con un eterno Now’s the time, que el público sigue con palmas como en la película “Bird”, de Clint Eastwood. Siempre emociona el Take the A Train con el que cerraron su concierto. Es justo mencionarlo, debemos estos días de Jazz en la Costa a la Diputación, Ayuntamiento de Almuñécar y Cervezas Alhambra fundamentalmente. También colaboran en el evento la Consejería de Cultura, el Patronato Provincial de Turismo y la Caja Rural.

El tiempo es la clave de cada interpretación y cada biografía. El personaje creado por Cortázar en “El Perseguidor” afirmaba que estaba “tocando mañana”. Era un homenaje literario a Charlie Parker y su revolución musical. Golson y Griffin estuvieron “tocando ayer”. Una mirada al pasado con alegría, optimismo y honestidad. Aprendemos de todo ello y quedamos siempre agradecidos.

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Negra Noche

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World Saxophone Quartet
Martes, 17 de julio.
Parque El Majuelo. Almuñécar.
David Murray: saxo tenor, clarinete bajo y voz; Oliver Lake: saxo alto, soprano y voz; Hamiet Bluiett: saxo barítono; Tony Kofi: saxo alto; Hervé Samb: guitarra; Jamaaladeen Tacuma: bajo eléctrico; Calvin Weston, batería.

Rafael Marfil Carmona

World Saxophone Quartet no es un grupo, es un grito desgarrado, una radiografía social de la raza negra norteamericana. Sabios, algo histriónicos en su música y ostentando su impresionante energía, estos cuatro Jinetes del Apocalipsis en forma de saxofonistas arrancaron con aire free para desembocar en un rotundo Funky. Fue sólo el primer asalto. Después, todo llegaba desde su inconfundible autenticidad afroamericana. Al fin y al cabo fueron originalmente saxofonistas de Nueva York surgidos en Nueva Orleáns, dos epicentros del mundo jazzístico. Un aire gospel, al que siguieron algunas armonías bellas por su desnudez. Bases rockeras, ritmos de los 70 y el recuerdo de Jimi Hendrix. La noche de El Majuelo había sido tomada por la banda sonora del Black Power. Han tenido treinta años para preparar este cóctel, aunque se ha echado en falta cierta delicadeza en alguna melodía. No hubo tregua para el sosiego ni ese fragmento del jazz de toda la vida que se espera de hombres con esta capacidad. Bastaría con haber rescatado algo de sus décadas de historia.

Cuatro sonidos distintos
Aún luchando con algunos problemas en su tudel, el saxo barítono Hamiet Bluiett se agarró a la sencillez y demostró que en un solo, como los buenos toreros, lo mejor es retirarse a tiempo. Por su parte, el saxo tenor David Murray, el único que se arrancó como vocalista en un blues-rap reivindicativo, andaba sobrado de calidad, pero demasiado obsesionado con los armónicos. Quizá después de toda la vida le aburren las dos escalas y media de su instrumento, y por eso necesita el clarinete bajo, que anoche se lo dejó en casa. Es verdad, sin embargo, que el aire espiritual de sus ideas musicales te hace viajar a la esencia espiritual de sus ancestros. Cuatro saxofones y todos ellos diferentes. El alto de Oliver Lake, el mejor sonido de la noche, era capaz de lo mejor, aunque su timbre y algunos momentos de perfección desembocaban en un excesivo estrangulamiento de agudos, convirtiéndolo todo en una gran catarsis.

De los cuatro, quedan todavía tres santos fundadores. En lugar de Julio Hemphill, pérdida importante de la formación, hace las veces el joven fichaje Tony Kofi, que disimula muy bien su procedencia inglesa. Hay madera, aunque desde la más rabiosa modernidad. Sobre los jóvenes saxos altos gravita la sombra de Parker, pero ya no de Charlie, sino de Maceo. Una señal inequívoca de cómo ha pasado el tiempo.

Momentos rockeros
Junto a ellos, y aportando ese inconfundible ritmo de la música negra, Jamaaladeen Tacuma, que sólo perdió ese tono enérgico cuando trató su bajo eléctrico rosa como si fuera una guitarra. Y precisamente en esta materia, Hervé Samb aportó también calor a la noche, con unos solos que la gente vitoreó y que nos recuerdan cómo en este país nos han criado para amar el rock y la guitarra. Intenso y casi perfecto este joven con aspecto de pantera negra. En un peculiar solo, unos grititos líricos del batería Calvin Weston, efectos de eco incluidos, crearon uno de los momentos de mayor sorpresa y recogimiento que hemos conocido en lo que llevamos de Festival. La música del World Saxophone Quartet era, en muchos momentos, un quejío. No en vano escuchábamos los temas de su reciente disco ‘political blues’. Ya se sabe, alegatos contra el conservadurismo, el racismo y la guerra, que son tres manifestaciones de una misma distorsión mental del ser humano. Reconozco que, tras varios asaltos posmodernos, sufro por momentos cierta debilidad, y echo de menos aquella música de los años 40. Siempre queda el Compact Disc, gran invento del pasado siglo.

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Vientos favorables para el saxofón

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Rafael Marfil Carmona

Parece que, efectivamente, 2007 es el año de los saxofonistas en el Festival de la Costa. Hasta Toto Fabris anda por esas calles con su pequeña e itinerante jazz band. Y tiene su mérito, porque en la veraniega Almuñécar no cabe ni un alfiler, y seguro que han de esquivar a padres de familia armados con butacas y sombrilla. O quizá sean los músicos los esquivados, nunca se sabe. Lo importante es que durante día y noche siguen sonando saxofones hasta el próximo sábado.

Por la singularidad de este instrumento, convertido universalmente en icono del jazz, merecería capítulo aparte una reseña sobre su historia. Esta herramienta, diseñada por el belga Adolph Sax y patentado en 1846, dio sus primeros pasos en el Conservatorio de París, pero no se ha consolidado, por ahora, en la música clásica sinfónica. Aunque se asocia a la música improvisada, siglo y medio de evolución ha dado para mucha literatura de banda y música de cámara, y no debemos pensar que lo tuvo fácil tampoco en el primitivo jazz de Nueva Orleans. En un principio, tanto el alto como el tenor se utilizaban como base rítmica junto a la tuba, bajo solistas indiscutibles como el clarinete o la trompeta. El saxo tardaría algunos años en demostrar sus posibilidades, iniciando una época dorada que ha durado hasta hoy, con nombres como Coleman Hawkins, Lester Young, Charlie Parker y Sonny Rolling, sin olvidar el importante punto de inflexión que le imprimió John Coltrane al asunto.

Calidad e historia
En este Festival no están todos los que son. Sería imposible. Lo que sí es verdad es que son algunos de los que están. No han sido nada despreciables las aportaciones de Marienthal en “Reunión” o del adorado Bill Evans, que es una estrella posmoderna en todos los sentidos. Sin embargo, a partir de la actuación del World Saxophone Quartet el Festival va a mantener un importante nivel saxofonístico, con la excepción de la noche protagonizada por la vocalista Rebekka Bakken. El martes será un crisol de sonidos centrado en el gospel y el compromiso social. No existe un timbre igual de dos saxofonistas, y esa es una de las características del instrumento. El jueves, un encuentro con la primera división de la historia del jazz. La presencia de Benny Golson y Johnny Griffin es un lujo para los que buscan la eterna autenticidad del saxofón jazzístico. Tras Don Byron, que tiene su público y sus adhesiones, el broche final no podía ser menos discutido, ya que Joshua Redman es una estrella incontestable desde los años noventa. Se recomienda, porque la oferta da para ello, dejar un poco de lado el icono estético del saxofonista para adentrarnos en la riqueza musical del instrumento, que aún tiene mucho recorrido y posibilidades expresivas. No está todo dicho sobre su papel en la historia de la música.

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Música eternamente actual

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Mike Mainieri & Steps Ahead
Domingo, 15 de julio
Parque El Majuelo. Almuñécar
Mike Mainieri: vibráfono; Bill Evans: saxo; Bryan Baker: guitarra; Itienne Mbappe: bajo; Steve Smith: batería.

Rafael Marfil Carmona

Los Steps Ahead representan un concepto clásico del jazz moderno. Virtuosos y enérgicos, su música ya no sorprende, como en los ochenta, pero sigue enganchando. No son los mismos, pero saben revivir aquella esencia de lo que se llamó fusión. Algunos de sus actuales integrantes, como el saxofonista Bill Evans, levantan pasiones entre los que comienzan a asistir a festivales. Une técnica a su perfil de saxofonista neoyorkino contemporáneo, aunque nacido en Illinois, y colabora con míticos grupos de Rock. El increíble bajo eléctrico de Itienne Mbappe creaba esa atmósfera de fusión enérgica y determinación, que Evans y el guitarrista Bryan Baker saben sobrevolar en una intensa y efectista oleada de arpegios, escalas y modos. Combinan esos esquemas de manera endiablada. Muchas notas, diría el clásico, pero deliciosas.

Las maneras del rock aparecían en el sonido y los armónicos del saxo, además del timbre y puesta en escena de la guitarra eléctrica, con su irónico saltito de fin de concierto, propio de géneros más “ligeros”. Mientras tanto, y sobre nosotros, descubro que esos pájaros blancos son sencillamente gaviotas. Cientos de especies tropicales hacen su vida cerca del gran club de Jazz con ambigú que ha montado la Diputación. Los jazzeros, que también tienen algo de exotismo, conviven en Almuñécar durante estos días. Se les puede observar en El Majuelo. Con Steps Ahead, se agradece el ambiente y la frescura de sonidos en la noche.

La elegancia de Mainieri
El virtuosismo de los músicos emociona, incluido el batería Steve Smith, pero me quedo con la capacidad narrativa de Mike Mainieri. Los gustos del personal pasan ciclos, y el vibráfono ha vivido tiempos mejores. Son pocos los aficionados que lo adoran por encima del piano, la guitarra o el saxo, y muy contados los que deciden dedicarse y estudiarlo. Sin embargo, su sonoridad y posibilidades son infinitas. Algún día se hará justicia. Como ejemplo, decir que no han hecho falta teclados para construir una armonía sólida en la música de Steps Ahead. Únicamente los grandes evitan oscurecer el discurso o repetir arquetipos. Mainieri no cae en ninguna de esas trampas. De este concierto, entre tantas cosas buenas, me quedo con la madurez del vibrafonista, que protagonizó algunos de los mejores momentos de toda la noche en la introducción de los títulos más conocidos temas de los ochenta.

Ha llovido desde el nacimiento de este mítico grupo, que nos dejaba boquiabiertos entre alguna actuación de Pat Metheny y los entonces eléctricos Chick Corea y Miles Davis. Desde aquellos años, el jazz ha tenido siempre esta cara “marchosa”, por usar terminología de los ochenta. Steps Ahead tienen el mérito de seguir haciendo su música y seguir siendo modernos años después. El público se puso en pie para agradecer su optimismo y energía, que parecen eternas.

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Carlos Carli Quintet: Jazz de ida y vuelta

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Rafael Marfil Carmona

Carlos Carli Quintet
Sábado, 14 de julio.
Parque El Majuelo. Almuñécar.
Carlos Carli: batería; Javier Colina: contrabajo; José Reinoso: piano; Diego Urcola: trompeta; Jaime Muela: saxo soprano y flauta travesera.

Gran idea montar un enorme club de jazz al aire libre. Se puede beber, charlar suave, gozar. Sólo falta recuperar las primitivas costumbres del jazz clásico, para cenar y bailar en el recinto. La segunda sesión del Jazz en la Costa ha sido un viaje por los sonidos de América, de manera sincera y siempre con esa musicalidad inconfundible que tiene el sur. El batería uruguayo Carlos Carli y el trompetista argentino Diego Urcola partieron de la profundidad del Folclore de Montevideo, Buenos Aires o la Pampa, pasando por el Puerto de Santa María y algún que otro esquema afrocubano. Hay que agradecerles esa propuesta musical, que no es un típico latin caribeño. Y como mínimo arrodillarse, como siempre, ante la magia que irradia el contrabajista navarro Javier Colina. Aunque con alguna dificultad de sonido al principio, este Charles Mingus del Flamenco jazz se ha propuesto que imaginemos el contrabajo como una guitarra española, y que disfrutemos con este instrumento de las melodías punteadas y combinadas con sus particulares palmeteos rítmicos.

Está de moda lo latino en el jazz. Sin embargo, Calos Carli Quintet profundiza en sonidos andinos menos usuales, y que ojalá en el futuro reciban la atención de compositores contemporáneos. Hay un genuino elemento antropológico y de folclore que no debemos olvidar, y que ayer hizo las delicias de un público que se fue calentando a medida que avanzaba la noche. Fueron ejemplos de esta inquietud musical los ritmos de Montevideo, un “tango cojo” que supo recrear con gran destreza el pianista José Reinoso, junto a la eterna Alfonsina y el mar, interpretada con sordina y corazón por Urcola. La cuestión volvió a nuestro sur con una composición de Miles Davis, correspondiente a su etapa de interés por la música española, en la que Javier Colina rasgueaba su contrabajo por tanguillos como un guitarrista del Puerto de Santa María.

Tangos de Nueva York
El sonido desnudo del soprano de Jaime Muela, junto con su flauta travesera, añadía ese aire de otras músicas que tenía la noche por momentos, aunque sólo cerró unos pocos discursos improvisados con brillantez. Vale la pena seguir la pista a Diego Urcola, que dobla inusualmente con el trombón, y es colaborador de grandes del género como Paquito de Rivera. Ha recorrido esos misteriosos circuitos tangueros del jazz newyorkino, y nadie mejor que él para homenajear al gran maestro Piazzola en un Blues. Uno de los grandes momentos de la noche.

De Carlos Carli respeto dos cosas. Por un lado, es la viva imagen de mi suegro. Por otro, puso la base rítmica al histórico disco de Ruibal Pensión Triana. Pensaba en ello, a pocos metros de él, cuando lo escuchaba tocar en Eshavira con su amigo Paul Stocker. Se va convirtiendo en un sabio, y además explica las cosas, lo que es de agradecer. Finalizó el concierto asegurando que la música en vivo no va a morir jamás. Dios le oiga.

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Reunión muy productiva

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Rafael Marfil Carmona

Reunión
Viernes 13 de julio.
Parque El Majuelo. Almuñécar.
Chuck Loeb: Guitarra; Eric Marienthal: saxos; Jim Beard: piano; Dennis Chambers: batería; Tim Lefevbre: bajo; Till Brönner: trompeta.

Chambers, siempre Chambers. Un apellido que tiene pedigrí en el jazz. Desembarcó su batería en el puerto musical de Almuñécar como un transatlántico. Fino y elegante, incontestable por momentos, asistió a la primera “reunión” del Jazz en la Costa en 2007. A mi lado, Lola, que canta jazz en su tiempo libre. No la conocía, pero me dijo que es su cuarto festival. Explica a su compañero Héctor cómo hay que escuchar esta música. Conoce y sigue al guitarrista Chuck Loeb, alma de este viernes 13. También al teclista Jim Beard. Para Héctor es su primer festival de este tipo de música. Él viene de disfrutar con el flamenquito rock de Los delincuentes, de Jerez. Quizá no hay tantas distancias.

Descubro que aún existen las estrellas, y que hay pájaros blancos que sobrevuelan El Majuelo. Hallazgos propios del que no frecuenta la naturaleza. En lo musical, magníficas conclusiones para la primera “reunión” de buenos músicos. Momentos y armonías de hace décadas, pero que aún suenan actuales en su género. Beard, con teclados, piano y Hammond, trabaja desde su torre de control. Lola explica cómo parten del estribillo, de la coda, para finalizar con esos mismos compases. La guitarra de Loeb, junto al saxo alto de Eric Marienthal y la trompeta de Till Brönner hacen ese trabajo. En los desarrollos, Lola cuenta compases. Ha aprendido a hacerlo para saber cuando le toca entrar como vocalista. Héctor aporta su sensibilidad y paciencia. Lola explica el sentido de preguntas y respuestas. Frases improvisadas de ocho, cuatro. Luego vuelta a empezar. Esta reunión ha convocado a seguidores jóvenes, amantes de los ritmos vacilones. Algo de Rhythm, algo de Funky. Música al fin y al cabo, y por eso esperamos su disco como agua de mayo. Vienen haciendo este bolo desde hace un año, y pronto tendremos los temas principales en casa.

Algún momento suave
El saxofón, con boquilla metálica, recuerda a ese rugir de muchas series televisivas y bandas sonoras de hace alguna década. Es un sonido brillante, moderno y universal. Además del cómo lo dice, es interesante su claridad de ideas en el contenido musical de las improvisaciones. Tiene fuerza, aunque ninguno de los músicos está dispuesto a dar grandes discursos musicales. No es una noche de bop, sino música con genuino sabor norteamericano. La trompeta y el fliscornio de Brönner suenan cool, que era el Chill Out de los 40 y 50. Mide y desarrolla bien lo que expresa, y suena con ese softone que tanto aprecian los amantes del instrumento. Este trompetista, además, canta, y no puedo evitar recordar a Chet Baker y su jazz de la Costa Oeste. Queda bien, sobre esos sonidos, el pequeño neón de Cervezas Alhambra Jazz Club, original comunicación del patrocinio.

Héctor escucha con toda la paciencia del mundo. Ya se sabe cómo funciona esto del jazz en los comienzos. Le gusta toda la música, pero sólo suelta un grito de emoción exclusivamente con Chambers. El bajista Tim Lefevbre, por su parte, es el culpable de ese ritmo vacilón durante toda la noche.

Cuando se roza la disonancia, Héctor no se pone nervioso. Ha empezado con buen pie. Lola le recuerda la suerte que supone asistir a un concierto así en su primer festival. Siempre hay una primera vez. Él comenta su impresión al escuchar a Chambers. Nunca había oído un solo tan perfecto y tan extenso. El Festival de Almuñécar tiene su público, que ayer acudió en masa. Espero que Lola y Héctor perdonen y comprendan mi cariñosa indiscreción. Año XX del Jazz en la Costa.

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Jazz en la Costa: Algo Serio

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Rafael Marfil Carmona

Pensaba hace muchos años que esto del Jazz en la Costa era una cuestión menor, algo diseñado para cubrir expediente por parte de la Diputación, obligada a manifestar su existencia cultural en la provincia. Se percibía como propio de turistas y curiosos que pasaban por El Majuelo. De hecho, comenzó con ese aire de atracción cultural. Recuerdo, en aquellos inicios, la entrada gratuita y las madres con carricoches mirando hacia el escenario con cara de extrañeza. Así suele empezar la afición por el jazz, con una mezcla de curiosidad y cierto desagrado. Aquello no era comparable a Vitoria y San Sebastián. Pero la voluntad de instituciones, patrocinadores y de la Oficina Técnica del Festival demostraron que estaba equivocado. Le fueron dando enjundia, aprendieron que lo gratuito no se valora y lucharon todo el año por su promoción. El último día del Festival de Granada, en noviembre, el Director del asunto, Jesús Villalba, siempre te recuerda que hay que prepararse para el verano.

Durante todos estos años he comprobado cómo cada uno de los nombres propios que han desfilado por Almuñécar han ido haciendo enmudecer a los escépticos. Antes de la multiplicación de festivales y cursos universitarios sobre jazz, Almuñécar fue el único evento especializado en el género por estas latitudes. Hoy confieso mi chauvinismo de granadino de la capital. Un error sólo en los comienzos, ya que esto de la costa fue interesándome cada vez más, y obligándome a escribir sobre la cita veraniega.

20 años
Estamos en 2007 y no se ha completado aún la autovía. Es la realidad, que supera a la ciencia ficción, demostrando que nuestros políticos son precisamente fantásticos. Sin embargo, las distancias no son las mismas. Eso sin contar a los miles de inteligentes forasteros que paran por allí estos días. En esta XX edición podremos disfrutar de uno de los carteles más completos de la historia del festival. Para el organizador nunca es suficiente el presupuesto, pero los aficionados hemos leído en el programa nombres que ilusionan, como el baterista Dennis Chambers o el saxofonista Benny Golson. A este último Miguel Ríos se empeñó en llamarle Goodman hace un par de años en Granada. Cosas de rockeros. También Johnny Griffin, uno de los culpables de aquel bop duro que sustituyó a los creadores de la nueva música.

Va a cerrar este saxofónico ciclo Joshua Redman, consolidado como uno de los mejores del mundo. Estudioso, alto, guapo y elegante, es ídolo de todos los aprendices actuales de saxo tenor desde hace años. Antes, el batería Carlos Carli y Javier Colina, contrabajista que se ha convertido en uno de “los grandes de España” según la crónica de un buen amigo. Además de eso, los Steps Ahead, que nos hicieron soñar con las posibilidades de la fusión. Creer en ella. Sin mencionar a los escandinavos Atomic y Rebekka Bakken, junto a las lecciones magistrales de saxo casi todos los días, con formaciones como World Saxophone Quartet. Nada de un festival en bermudas y chanclas. Estamos ante algo serio. Y, en confianza, creo que han llegado hasta aquí porque no sabían que era imposible.

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