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Negra Noche


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World Saxophone Quartet
Martes, 17 de julio.
Parque El Majuelo. Almuñécar.
David Murray: saxo tenor, clarinete bajo y voz; Oliver Lake: saxo alto, soprano y voz; Hamiet Bluiett: saxo barítono; Tony Kofi: saxo alto; Hervé Samb: guitarra; Jamaaladeen Tacuma: bajo eléctrico; Calvin Weston, batería.

Rafael Marfil Carmona

World Saxophone Quartet no es un grupo, es un grito desgarrado, una radiografía social de la raza negra norteamericana. Sabios, algo histriónicos en su música y ostentando su impresionante energía, estos cuatro Jinetes del Apocalipsis en forma de saxofonistas arrancaron con aire free para desembocar en un rotundo Funky. Fue sólo el primer asalto. Después, todo llegaba desde su inconfundible autenticidad afroamericana. Al fin y al cabo fueron originalmente saxofonistas de Nueva York surgidos en Nueva Orleáns, dos epicentros del mundo jazzístico. Un aire gospel, al que siguieron algunas armonías bellas por su desnudez. Bases rockeras, ritmos de los 70 y el recuerdo de Jimi Hendrix. La noche de El Majuelo había sido tomada por la banda sonora del Black Power. Han tenido treinta años para preparar este cóctel, aunque se ha echado en falta cierta delicadeza en alguna melodía. No hubo tregua para el sosiego ni ese fragmento del jazz de toda la vida que se espera de hombres con esta capacidad. Bastaría con haber rescatado algo de sus décadas de historia.

Cuatro sonidos distintos
Aún luchando con algunos problemas en su tudel, el saxo barítono Hamiet Bluiett se agarró a la sencillez y demostró que en un solo, como los buenos toreros, lo mejor es retirarse a tiempo. Por su parte, el saxo tenor David Murray, el único que se arrancó como vocalista en un blues-rap reivindicativo, andaba sobrado de calidad, pero demasiado obsesionado con los armónicos. Quizá después de toda la vida le aburren las dos escalas y media de su instrumento, y por eso necesita el clarinete bajo, que anoche se lo dejó en casa. Es verdad, sin embargo, que el aire espiritual de sus ideas musicales te hace viajar a la esencia espiritual de sus ancestros. Cuatro saxofones y todos ellos diferentes. El alto de Oliver Lake, el mejor sonido de la noche, era capaz de lo mejor, aunque su timbre y algunos momentos de perfección desembocaban en un excesivo estrangulamiento de agudos, convirtiéndolo todo en una gran catarsis.

De los cuatro, quedan todavía tres santos fundadores. En lugar de Julio Hemphill, pérdida importante de la formación, hace las veces el joven fichaje Tony Kofi, que disimula muy bien su procedencia inglesa. Hay madera, aunque desde la más rabiosa modernidad. Sobre los jóvenes saxos altos gravita la sombra de Parker, pero ya no de Charlie, sino de Maceo. Una señal inequívoca de cómo ha pasado el tiempo.

Momentos rockeros
Junto a ellos, y aportando ese inconfundible ritmo de la música negra, Jamaaladeen Tacuma, que sólo perdió ese tono enérgico cuando trató su bajo eléctrico rosa como si fuera una guitarra. Y precisamente en esta materia, Hervé Samb aportó también calor a la noche, con unos solos que la gente vitoreó y que nos recuerdan cómo en este país nos han criado para amar el rock y la guitarra. Intenso y casi perfecto este joven con aspecto de pantera negra. En un peculiar solo, unos grititos líricos del batería Calvin Weston, efectos de eco incluidos, crearon uno de los momentos de mayor sorpresa y recogimiento que hemos conocido en lo que llevamos de Festival. La música del World Saxophone Quartet era, en muchos momentos, un quejío. No en vano escuchábamos los temas de su reciente disco ‘political blues’. Ya se sabe, alegatos contra el conservadurismo, el racismo y la guerra, que son tres manifestaciones de una misma distorsión mental del ser humano. Reconozco que, tras varios asaltos posmodernos, sufro por momentos cierta debilidad, y echo de menos aquella música de los años 40. Siempre queda el Compact Disc, gran invento del pasado siglo.

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